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Las primeras excavaciones


Las primeras noticias del yacimiento proceden del año 1900, cuando vieron la luz algunas construcciones prehistóricas con motivo de la realización de unas obras en la capilla y en la pista que le sirve de acceso. Poco después Enrique Peinador Lines, aficionado a la arqueología y propietario del Balneario de Mondariz, realiza las primeras excavaciones.
Los primeros trabajos con metodología científica se llevaron a cabo entre 1927 y 1930 a cargo de Isidro Parga (profesor de la Universidad de Santiago) y de los arqueólogos Florentino López Cuevillas y Luis Pericot, que trabajaron bajo el patrocinio de Peinador, mecenas del galleguismo cultural y político. Las excavaciones tuvieron lugar aquí, en el sector este de la croa, la terraza superior del yacimiento, esto es, el espacio que coincide con la primera fase de ocupación del castro.

En el transcurso de estos trabajos se descubrieron varias cabañas de planta circular –alguna de ellas con hogar– así como un conjunto de piezas arqueológicas muy variado: útiles de piedra (molinos de mano, afiladores y percutores), cerámica en forma de husillo, vasijas indígenas decoradas hechas a mano y cerámica la torno de origen romano (ánforas o dolia). También piezas de bronce (apliques, un broche de cinto, fíbulas, fragmentos de un puñal y tres agujas para el cabello (acus crinalis, para los romanos), fragmentos de hierro y varias monedas romanas acuñadas en una ceca indeterminada.



Mortero para machacar

Buena parte de las cabañas de Troña, fundamentalmente las de menor diámetro, estaban dedicadas al almacenaje de hierba, frutos, leguminosas y cereal, que se plantaría nos terrenos próximos al castro. Cultivos como las bellotas, el maíz menudo (Panicum milliaceum) –del que se obtenían dos cosechas anuales– el trigo, la avena y cebada, formaban parte de la dieta de los habitantes de los castros. La aparición de múltiples molinos de mano y morteros como lo que se excavó en uno de las peñas de este sector de la aldea son testimonio de la importancia de la economía agrícola para los galaicos.

Una serpiente grabada en la piedra


“ Fue el primer día de trabajo cuando (…) descubrimos la inscultura serpentiforme”, escribe Luis Pericot en 1933 rememorando el hallazgo del grabado seis años antes. Fue así como en el exterior de una de las cabañas ubicadas al este de la croa vio la luz el primero serpentiforme de la citania, grabado en una roca tallada en vertical en una de sus caras.

El ofidio aparece en posición heráldica, como ya habían apuntado Cuevillas y Bouza Brey (1929), esto es, “con lana cola erguida y la cabeza en alto, como sí se dispusiera la lana defensa el al ataque” y orientado al naciente, lo que llevó a los investigadores gallegos a hipotetizar su vinculación con el culto solar.
Estos mismos autores recogieron una leyenda según la que en el castro vivía una serpiente que bajaba al valle para robar animales domésticos con los que alimentarse.